miércoles, 24 de diciembre de 2014

Españoles de corazón, pero no de bolsillo


No es algo nuevo el hecho de que españoles que poseen grandes fortunas fijen su residencia fuera de España con el objetivo de disminuir drásticamente el pago de impuestos. Ahora bien, ¿se puede considerar como algo ético? En mi opinión la respuesta es un rotundo NO.

Soy consciente de que ha habido y habrá muchos casos pero he de centrarme en los más conocidos para ponernos en situación. El caso más reciente es de Marc Márquez, flamante campeón de la categoría reina del motociclismo, MotoGP, que ha fijado su residencia en Andorra. Solo deberá abonar una cantidad de 50.000€ en concepto de entrada y después unos 30.000€ anuales hasta 2018,  partir de entonces tendrá que tributar un 10% de sus emolumentos. Si hubiera seguido viviendo en casa de sus padres, la tributación hubiera estado en torno al 50%.

Otro caso sonado es el de Fernando Alonso, que tras estar tributando varios años en Suiza, en el 2011 fijó de nuevo su residencia en España. Cosa que aplaudo, rectificar es de sabios y dinero le sobra. Son conocidos los casos de otros "españoles" como Jorge Lorenzo, Dani Pedrosa, Alberto Contador, Carlos Moyá, Arantxa Sánchez-Vicario...que han tributado o tributan fuera de España.

Normalmente, este tipo de gente actúa aconsejada por asesores financieros cuyo objetivo es sacar el máximo partido a los ingresos que obtienen, aunque eso implique un acto de egoísmo total para con su país o, más aún, para con sus compatriotas (que sí que pagan lo que les corresponde) y un desprestigio de su imagen.

Quiero subirme al podio ondeando la bandera de España y me emociono al oír el himno español, pero me emociona más aún no pagar mis impuestos allí y poder hacerlo en otro lugar con tal de poder tener mis bolsillos lo más llenos posible. La mayor parte de mis seguidores y patrocinadores son españoles pero eso a mí me da igual. Yo no quiero contribuir a las arcas públicas con mis ingresos como el resto de trabajadores, yo soy el más guay y yo voy a tributar en Andorra, en Suiza, en Mónaco, en Estados Unidos o en la Luna, pero no en España. Pero soy español, ojo. Español de pro, de los que celebran las victorias de las selecciones o las medallas en los juegos olímpicos. Español para lo bueno...para las cosas no tan buenas me lo pienso o, mejor aún, lo consulto con mis asesores.

Me parece una falta de respeto para los trabajadores que cada mes contribuimos con nuestros impuestos al funcionamiento del Estado. Deportistas como Márquez suelen ser auténticos referentes sociales y ejemplos a seguir en muchos otros aspectos de su vida, pero cuando toman este tipo de decisiones, en mi opinión, desprestigian su imagen de manera casi irreversible.

Cuando estos grandes deportistas se retiran, dudo bastante de que vayan a seguir viviendo fuera de España. Entonces volverán, y no podrán decir que han contribuido con sus impuestos a que el país fuera un poco más rico. Los que serán más ricos serán ellos.




lunes, 8 de diciembre de 2014

Desde la trinchera


Era en cierto modo desesperante aquel bloqueo que le impedía escribir algo en el papel en blanco que tenía delante. Pensaba que, llegado el momento, no le resultaría tan difícil escribir unas palabras a su prometida, pero allí estaba, con un nudo en la garganta y aquella carta todavía por escribir.
Sabía que existía la posibilidad de que aquellas líneas fueran las últimas que podría dedicarle y eso hacía que miles de sentimientos e ideas se agolpasen en su cabeza sin orden ni concierto.

La batalla final, según se rumoreaba en los últimos días, era ya inminente. Las primeras líneas de ambos ejércitos llevaban días, e interminables noches, haciendo incursiones en las complejas redes de trincheras enemigas tratando de evaluar de la forma más exacta posible la situación, armamento y provisiones disponibles en el bando contrario. Por lo visto, en ambos frentes, éstas comenzaban a escasear y el momento del ataque definitivo no podía demorarse mucho más si no querían empezar a sufrir los estragos de la falta de víveres. Las lineas de reabastecimiento estaban totalmente controladas por el enemigo y por eso, la esperanza de volver a recibir uno de aquellos cargamentos de comida en conserva, chocolatinas, agua... había desaparecido. 
A las escasas provisiones había que sumar el cansancio de las tropas. La artillería enemiga llevaba más de una semana cayendo sobre sus lineas de una forma que ya resultaba desesperante. Al caer la noche, bombardeaban aproximadamente durante media hora, y volvían a hacerlo cada dos horas hasta el amanecer. De forma que resultaba casi imposible dormir cuando se ponía el sol y el descanso se reducía a incómodas cabezadas diurnas con las que apenas recuperaban la energía perdida durante el día y la noche anteriores.

Unos minutos antes el sargento les había recordado a gritos que a las 12.00 recogería las cartas que quisieran hacer llegar a sus seres queridos. Parecía una premonición de los rumores que corrían entre la tropa, puesto que el correo solía recogerse siempre los viernes, y no los martes... Llevaba sentado en el frío suelo, con la espalda apoyada en uno de los muros interiores de la trinchera algo más de media hora y todavía no había escrito ni una sola palabra. A izquierda y derecha podía ver a otros compañeros que, como él, trataban de ordenar todos sus sentimientos en aquel papel que parecía un maldito epitafio. Las caras de los soldados viajaban de la esperanza de que aquellas no fueran las últimas palabras dedicadas a sus seres queridos, al frío temor de que realmente si pudieran serlo.
¿Quiénes serían los destinatarios de aquellas misivas? Queridos hermanos pequeños, padres que lo habían dado todo por sus amados hijos, esposas desesperadas por la vuelta de sus maridos, amigos de toda la vida a la espera de volver a compartir una de aquellas noches de risas y alcohol, preciosas prometidas que ya habían planeado la boda a la vuelta de aquella maldita guerra...

Estaba empezando a temer que no iba a ser capaz de plasmar ni una sola palabra en aquel sucio papel. Se negaba a aceptar que aquello pudiera ser una despedida. No se iba a rendir, todavía no.
Echó mano al bolsillo derecho de su casaca de forma casi instintiva y extrajo una foto de su prometida, buscando quizás el sosiego y la inspiración que en ese momento no tenía.

Nunca dejaban de sorprenderle sus ojos por más que los miraba. ¿Cuántas veces se había preguntado si era posible sentir semejante fascinación por la mirada de una mujer? ¿Y su sonrisa? Era el complemento perfecto para aquellos ojos del color del mar. ¿Cuántas veces había disfrutado de aquella sonrisa tan bonita y que con tanta facilidad le contagiaba? Muchas menos de las que quería. ¿Cuántas veces disfrutaría de ella a partir de aquel día? Desde el principio se había sentido dichoso de poder disfrutar de un amor correspondido como aquel, que de tan puro y perfecto parecía irreal.
Le dio la vuelta a la fotografía y leyó la pequeña dedicatoria de puño y letra de su prometida: siempre tuya. 

Allí estaba él, a miles de kilómetros de su casa, de su familia, de su futura esposa, preguntándose si realmente la vida podía ser tan injusta como para privarles a ellos, dos jóvenes locamente enamorados, de vivir una vida feliz, plena y sencilla. No era tanto pedir, o sí... Una vez más se dijo a sí mismo que no se iba a rendir, aquella inminente batalla no sería su sentencia de muerte, volvería sano y salvo y se casaría con aquella maravillosa mujer, que tan feliz y dichosos le hacía sentir y formaría una gran familia. 

Puso la foto de nuevo a buen recaudao y, de inmediato, solo pudo escribir estos versos que días mas tarde su prometida recibió sin saber aún si su futuro marido se encontraba entre las innumerables bajas que habían sufrido en la terrible batalla de aquel fatídico martes.


Sonrisa eterna en tu cara de ángel,
dulce voz que me impide olvidarte,
ojos de mar a los que siempre quiero mirarte,
labios de fresa en los que volveré a besarte,
siempre tuyo, aquí y en cualquier parte.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Quiero

Un buen día a través de la espesa niebla apareces sin esperarlo.
Como un grito en medio del silencio, como un relámpago en una noche cerrada, como una cálida hoguera en medio de un infinito frío invernal...
Perdí la cuenta de las veces que había soñado contigo, perdí incluso la esperanza de volver a encontrarte, pero aquí estás. Aunque había imaginado tu llegada miles de veces ahora me siento desarmado y perdido; me has hecho olvidar todo lo que tenía pensado.

Quiero volver a aprender todo aquello que olvidé, aprenderlo contigo y grabarlo a fuego en mi mente. Quiero perder el miedo a perder incluso lo que no tengo. Quiero mirarte a los ojos y que el tiempo se detenga, como si no hubiera nada más importante en el universo. Quiero entrelazar mis manos con las tuyas, acariciar tus mejillas y sonreír...