lunes, 17 de agosto de 2015

Pío, pío

Era aquella una mañana soleada. La resaca y el cansancio de la noche del viernes se dejaba notar con virulencia martilleando mi cabeza sin pausa. Decidí ir a tomar el aperitivo confiando en que una caña bien fría podría redimir todos aquellos síntomas sin saber que minutos más tarde todo iba a complicarse.

- ¿Qué vas a tomar? - me pregunta el camarero tras casi 10 minutos de espera, mientras pasa casi al trote al lado de mi mesa y lleva unas raciones a un par de mesas más allá.
- Una jarra de cerveza, unos zapaticos y unas patatas con ajo.
- Muy bien, enseguida lo tienes.

Aquel bar estaba haciendo el agosto en aquellos días de fiesta, pero estaba claro que semejante afluencia de clientes estaba poniendo a prueba la paciencia de los mismos.

Al tiempo que recibo mi jarra helada percibo el alegre cantar de un pajarillo extrañamente próximo. Tras varios segundos de insistencia comienzo a extrañarme de la virtuosidad de aquella avecilla a la que se habían sumado, al menos dos más. Cuál es mi sorpresa cuando atisbo un trío de mozalbetes que no pasan de los 7 años con peculiares instrumentos en sus bocas de los cuales parecen provenir aquellos cantos que a estas alturas ya no me parecen tan bellos como hacía unos minutos.

La llegada de las raciones que había pedido hace que me olvide por unos momentos del estridente pitido que emiten aquellos artilugios del demonio y que están provocando que los efectos de la resaca aumenten exponencialmente. Al parecer esos silbatos con forma de pájaro están hechos de madera y de algún modo se rellenan de agua para que al soplar simulen el canto de unos alegres pajarillos. Ahora bien, este instrumento en boca de un niño fuera de control como era el caso, puede convertirse en un arma de destrucción masiva frente a la cual solo los familiares directos de los niños parecen ser inmunes. Maldita coincidencia.

Comienzo a pensar que haber venido a tomar el aperitivo no ha sido una buena idea.
Observo a los niños con ojo pericial y compruebo que llega un punto en el que parecen competir por ver quien puede hacerlo más molesto y desagradable y la cosa está muy reñida. La niña de gafas, por la estridencia del silbido, parece haberse quedado sin agua en su pajarillo lo que le está dando una pequeña ventaja sobre los otros dos jóvenes que tienen que tirar de pulmones y sonidos arrítmicos para acercarse a su competidora.

Las mesas de alrededor comenzamos a hacer algún que otro comentario en un volumen algo más elevado de lo normal pero el oído de aquellos familiares está entrenado a conciencia y no parecen inmutarse. A estas alturas creo que son los únicos en la terraza que disfrutan de su aperitivo ajenos a sus pequeños gorriones.
Utilizo la más acusadora de mis miradas sin ningún éxito...

Finalmente se acaba el aperitivo antes que mi paciencia y pido la cuenta al tiempo que los padres de aquellas criaturas hacen lo propio. Maldigo mi suerte por haber coincidido de principio a fin con aquellos padres, que al fin y al cabo son los culpables de que la resaca de este viernes quede grabada a fuego en mi memoria.

P.D.: pío, pío.